Caravana Antitaurina en Medellín


El pasado sábado 1o de febrero algunos grupos animalistas de la ciudad de Medellín convocaron a una Caravana Antitaurina para protestar por la Feria Taurina de La Macarena, la cual por fortuna cuenta cada día con menos adeptos y se ha visto en la necesidad de recurrir a discursos ajenos a su origen salvaje, para hacer uso de sofismas evolucionistas y de apoyo a fundaciones de caridad como el Hospital San Vicente de Paul, quien tristemente se ha prestado para ello durante años.

En DOCTOR PULGAS acompañamos el evento que contó con la vinculación, no anunciada inicialmente, de algunos candidatos políticos de varios partidos, que aparecen en las imágenes del álbum que acompañan esta nota, los cuales se comprometieron a defender la vida y la integridad de los animales por medio de proyectos de ley o de acuerdos municipales que promuevan el bienestar animal y prohiban el uso de recursos públicos para eventos tales como las corridas de toros o las peleas de gallos, las cuales mantienen artificialmente su vigencia debido a la inyección de recursos por parte de entidades estatales, empresas privadas y uno que otro personaje de recursos dudosos.

Por supuesto, también existen aún personas comunes y corrientes que ven en la tortura y posterior muerte del toro, una tradición cultural de alcances artísticos. Habría que preguntarse en estos casos qué se considera arte pero no entraremos aquí en debates epistemológicos, valga con decir que algo raro sucede en quien ve en el dolor de otro, un hecho de celebración, tal como acontece en la mente del sádico. Sin embargo no somos tan ingenuos para creer que cambiarán su macabro espectáculo por estas diatribas racionales o las caravanas. Tanto las unas como las otras, son más una apuesta para las futuras generaciones y sus raseros morales.

Polémica brava

Por: Heriberto Florillo
El día en que vi a mi madre torcer el pescuezo de una gallina para hacer un sancocho rompí en desconsolado llanto y no quise probar carne, ni de res, ni de pollo, ni de cerdo, en varios años.

Me pareció entonces terrible que tuviéramos que matar animales para sobrevivir, habiendo yuca, granos, tantos alimentos vegetales que alcanzaba a contar yo. Con el tiempo, entre las idas a las fincas y las habilidades de mi madre en la cocina, me acostumbré, poco a poco, como casi todo el mundo, a la matanza generalizada de aves y de reses que terminaban sazonadas y devoradas sobre mi plato.

Esto para dejar en claro que llevo comiendo carne de animal hace medio siglo y que mis reflexiones no obedecen a una filiación puritana de fanatismo ni, mucho menos, de insobornable vegetarianismo. No soy nadie, pues, para tirar la primera o milésima piedra contra toreros y taurinos, que viven y gozan la llamada fiesta brava en la que se tortura y se mata casi siempre al toro. Soy un culpable más, aunque eso no imposibilite este acto de conciencia.

Las corridas, es cierto, como las corralejas y las peleas de gallos, son cultura y tradición. Cultura y tradición se han vuelto también el narcotráfico y la corrupción, tanto como hacinar animales en lugares iluminados con artificio, para que, ayudados por la ciencia, crezcan gallinas de ocho muslos que no dejan de poner huevos y cerdos salchichas, de diecisiete costillas, porque son esas las presas que preferimos los humanos.

Se trata de una obviedad que tiende a escamotearse. Los taurinos no están solos en esto de la tortura y las matanzas de animales. Los llamados seres humanos llegamos a este planeta, al parecer, con la intención de matar por miedo, por placer y por supervivencia, a los demás animales. Cuando un gobierno, por ejemplo, quiere acabar con un pueblo o gobernante enemigo lo animaliza, lo bestializa, borra de él la racionalidad y la ternura, para justificar su exclusión y su muerte. En últimas, las corridas de toros y las peleas de gallos simbolizan, sobre todo, lo que los «humanos» hacemos con quienes creemos que no lo son: nuestras víctimas, por débiles y, por fuertes, nuestros enemigos.

Y eso es también parte de nuestra cultura (que no siempre es «buena», como algunos piensan). Habría que exaltar o cultivar en nosotros otras conductas. Pero, bueno, poco hemos tenido en cuenta la opinión de los animales. Con seguridad, porque al parecer sentimos que no la tienen. Como tampoco tenían alma los negros ni los indígenas en tiempos de la Conquista, antes de Claver y De las Casas.

Es cierto, el toro de lidia está al amparo de los taurinos, que los crían y los cuidan. Como cuidan y crían sus pollos, cerdos y otros animales los empresarios de embutidos. Son su negocio.

Cierto, también, los toreros han hecho un arte de su enfrentamiento con los toros. Nadie puede negar la belleza y la poesía en tantos pases magistrales. Pero en Portugal montan hoy corridas sin tortura ni muerte para el toro, comprobando que se trata de dos cosas diferentes y que la muerte del toro no resulta esencial para la corrida. Quizás sí en épocas más salvajes, cuando las comunidades ritualizaban su cohesión social por medio de la sangre.

Los taurinos piden tolerancia y respeto por su libertad de expresión, algo que ellos no conceden a los demás seres vivos. Y en esto, insisto, no están solos. Casi todos aquellos que poseen zoológicos en el mundo sostienen, de igual modo, que mantienen a sus animales en libertad o que, si no fuera por ellos, los pobres morirían víctimas del inadecuado modernismo de las urbes sin vegetación, como si no fuera todo eso parte también de la colonización «humana».

Si algo de optimismo siembra en mí esta brava polémica es la convicción de que el día en que, como humanidad, les reconozcamos a los demás seres del planeta su derecho a vivir en paz, habremos dado ya nuestro mejor paso adelante por un verdadero respeto, también, de los derechos humanos.