Por culpa de Rita

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Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Tener un animal de compañía es toda una responsabilidad. A algunas personas les entristece ver a un perro o un gato desvalido y, sin pensarlo, toman la decisión de llevárselo para su casa pero a los pocos días están a punto de dejarlo abandonado de nuevo o buscando a alguien que se encargue de él para sentirse mejor y evitar el sentimiento de culpa. Así sucedió con Rita.

Durante un viaje con los amigos a la finca de mi familia en Fredonia, Mary, la llamaré así para proteger la identidad de Rita, decidió que era injusto tener a Rita, la bulldog que mi padre y mi hermano había conseguido con el iluso fin de montar un criadero, en esas condiciones. Tenía otitis, caminaba a tropezones por un problema de cadera y padecía una dermatitis que le ponía roja una parte de la cara.

Me pidió que llamara a mi hermano y le insistiera en regalársela. Lo hice con escepticismo pues siempre que se le preguntaba por ese tema, de entregar a la perra, decía que no. Su tendencia ha sido la de postergar las decisiones esperando que algún milagro acontezca pero esta vez el milagro fue que dijo que sí. Decidió que Mary podía llevarse a Rita para su casa para darle una vida mejor.

Me encantan los perros pero yo no podía tenerla en mi apartamento pues mi capacidad es de un perro y ya tenía dos. Un hermoso labrador, Paco, y una ansiosa pastor alemán, Lola, que alegran mis días y me acompañan después de mi divorcio. Mary en un acto de valentía decidió que Rita viviría con sus dos gatos, esperando que la reducida movilidad de la bulldog le ayudara a no tener conflictos con los mininos.

Quedamos en partir los gastos médicos y de alimentación de esta nueva hija de cuatro patas y entonces partimos hacia Medellín con perra abordo. Contrario a la imagen que se tiene de los bulldogs como perros agresivos, esta raza es generalmente tierna y condescendiente y Rita no era la excepción, era una perra hermosa que se volcaba exhibiendo el vientre para que la acariciáramos y roncaba por las noches como un motor diesel encendido.

Como Mary debía trabajar esa semana por fuera de su apartamento, acepté tener a Rita por una semana con mis perros, mientras comenzaba a adaptarse a la vida urbana. No era fácil. Los problemas de cadera de Rita hacían que su locomoción fuera muy lenta y debiera sacar primero a Lola y Paco al parque y luego venir por Rita para sacarla sola, repitiendo esta fórmula por lo menos dos veces al día.

La perra también parecía tener una infección urinaria por lo que seguía orinándose y defecándose adentro del apartamento. Mis perros comenzaron a hacer lo mismo, aunque nunca lo habían hecho, supongo que en un intento simbólico de defender su territorio. Pasada la semana consultamos a Isabel, una amiga veterinaria, sobre la salud de la perra y el procedimiento para introducirla con los gatos. Nos recomendó seguir con los drenajes, las cremas y las pastillas y esperar una semana más para llevar a Rita a casa de Mary, ya que sus gatos, estaban recién llegados y necesitaban familiarizase con su nuevo espacio.

Luego de quince días le pregunté a Mary cuándo podía llevarle a Rita. Me dijo que le quedaba imposible recibírmela por esos días ya que aún se hacía pipí adentro y el piso de su apartamento era de madera. Le dije que si ese era el inconveniente podíamos intercambiar apartamentos por unos días pues me estaba quedando muy difícil hacerme cargo de los tres perros y trabajar. Me respondió que ese era mi problema.

¿Mi problema? ¿Acaso no era ella la que se había ofrecido generosamente delante del grupo de amigos a cambiar la vida de Rita? Le dije que entonces por lo menos viniera a sacarla a pasear una vez al día, ya que su oficina quedaba a cerca de mi apartamento para yo no tener que hacer doble paseo de perros, pero su respuesta fue aún más inverosímil: «Esa es una forma de control machista tuya para intervenir sobre mi tiempo y mis cosas y no la voy a aceptar».

No aguaté más y fui a llevarle esa misma noche a Rita a su apartamento. Le dejé la perra y al día siguiente me llamó llorando para decirme que Rita se había orinado en sus muebles y que esta situación la superaba por lo que iba a buscarle casa de inmediato. A los tres días, Marcela, una compañera de psicología de la Universidad, decidió adoptarla y hacerse cargo de las promesas de una vida mejor para esta hermosa y vieja bulldog.