Las contradicciones morales de algunos animalistas

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
Los animalistas, por definición, somos aquellas personas que queremos a los animales y trabajamos por la reivindicación de sus derechos. En este grupo, como en toda comunidad humana, hay matices y contradicciones permanentes. Algunas de las contradicciones morales de algunos animalistas son sutiles y otras supremamente evidentes. Como parte de este grupo, y seguramente con mis propias contradicciones como protector de animales, me he dado a la labor de recolectar y denunciar en este artículo algunas de éstas, con el fin de que la discusión nos permita, si no superarlas, por lo menos reconocerlas y manejarlas con un poco de coherencia.

La falta de amor a los seres humanos

La celebre frase de Lord Byron, «Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro», es reconocida a nivel mundial y usada y abusada por muchos animalistas. Es una frase que encierra el desencanto que muchas veces sentimos por nuestros congéneres pero en el que pareciera anularse la introspección. Si de verdad mientras más conocemos a los hombres más queremos a nuestros perros, habría que decir, como necesariamente lo sugiere el corolario de la afirmación, que «También mientras más me conozco, más quiero a mi perro». Como quien dice, yo también estoy desengañado de mí mismo.

Cuando uno conoce a los humanos y se conoce a sí mismo, reconoce sus defectos. Egoísmo, envidia, falta de caridad, traición, infidelidad, desamor, avaricia, crueldad y multitud de defectos más. Los perros son fieles pero por naturaleza. Resignados, y pacientes nos acompañan porque seleccionamos a los antepasados del lobo que así lo hicieron. Como diría mi amigo Antonio Vélez: «La falta de inteligencia del animal, lo hace mejor persona». La posición de amor al animal y de deprecio al animal humano no parece ser coherente en algunos animalistas, dados más un ilimitado amor propio.

El narcisimo permanente

Para que se cumpla el Trastorno Narcisista de la Personalidad, según el DSM V (Manual de Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría), debe haber un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos de la vida diaria de la persona.

Sinceramente la verdad es que no sé si el narcisismo de muchos animalistas cumple totalmente con los criterios diagnósticos pero sí con una parte significativa. No pueden ayudar sin tomarse una foto o anunciarlo con bombos y trompetas a los cuatro vientos. Este narcisimo es especialmente contradictorio con el punto anterior en el que se evidencia un desprecio permanente por muchos seres humanos. Pero el problema no es solo que se crean reyes, el problema es cuando comienzan a creer que los demás seres humanos deben ser sus súbditos y comienzan a tratarlos como tales.

El afán de protagonismo

Nadie puede ser más generoso ni más amoroso con los animales si no quiere ser víctima de odios y rencillas. Razón tiene el proverbio animalista que dice que el peor enemigo de un animalista no es un maltratador de animales sino otro animalista. No hay negociaciones ni consensos, pues la mayoría quieren tener un mundo a su imagen y semejanza, ya que no les sirven los puntos intermedios, por considerarlos banales o «light«. Los demás no entendemos la profundidad de sus argumentos o no somos lo verdaderamente humanos que ellos son.

Si otra Fundación o albergue realiza una actividad similar a la suya, para recoger fondos para sus perros o gatos, se le acusa de plagio y se le deprecia soterradamente. Eso sí, sin dejar de hablar a boca llena de amor y generosidad en todas las redes sociales. Otros animalistas no hacen nada sin antes tomarse una selfie o postear en modo público sus oraciones a San Francisco, como si el santo de Asís tuviera cuenta en Facebook y estuviera atento a darle Me Gusta a sus plegarias. Yo no soy creyente pero si de eso se trata, recordemos a Mateo y su evangelio: «Cuando oréis no hagáis como los hipócritas, que gustan rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga».

La búsqueda de beneficios personales

El egoísmo es algo muy humano y también muy animal. Quien diga que él o su perro son básicamente generosos, está partiendo de una falacia. De los hombres creo que es indudable la búsqueda de beneficios personales y de los canes, sólo como un ejercicio conceptual, espere a que éste tenga hambre y colóquese a su lado simulando querer una porción del plato, para ver hasta dónde llega su generosidad. La leona, que es la que caza, tampoco dice a la leona de otra manda: «Querida, puedes tomar a tu antojo lo que quieras esta gacela que acabo de cazar».  En los humanos hay una generosidad, pero generalmente es mentirosa pensando en la recompensa posterior. Algunos dirán que los herbívoros comparten el pasto pero se debe al exceso de oferta. No se lo pueden comer todo.

Lo que sí es indudable es que los seres humanos somos los campeones de la mezquindad. Somos salvajes animales políticos que buscamos el poder y sus mieles. Es fácil escuchar a ciertos animalistas inventar discursos de amor y generosidad por los demás, con el fin de obtener más réditos personales, mientras los animales a su cuidado mejoran poco su situación. También me he encontrado en manifestaciones animalistas que desembocan en caravanas políticas a mansalva, para apoyar a un candidato elegido a dedo, o en ceremonias de premiación que terminan en sociedades del mutuo elogio en busca de favores personales como cargos públicos o viajes al exterior, pero de la inversión directa en los animales, pocón pocón.

La posición de víctima

Cuando algunos animalistas van a contar sus historias al público, suelen partir de la posición de la víctima, que lucha sola y valientemente por los derechos de los animales, como si no hubiera alternativa y esa no fuese una elección personal. Elección valiente por demás, pero voluntaria finalmente. Si hay deudas se ponen al descubierto con la idea de suma urgencia y si hay ganancias se disimulan o se callan. Conozco tristes casos en los que se usaron los fondos «para pagarle a mi mamá que me prestó para arreglar el carro» y no «para las vacunas de los perritos». Ambos necesarios pero que no justifican la manipulación de los donantes.

Creo que quienes hemos decidido ser animalistas, debemos aceptar las implicaciones que conlleva serlo y una de ellas es la dificultad que entraña tratar de educar a los demás sobre la importancia de reconocer a los animales como seres y no como objetos. Ellos, al igual que nosotros tienen sistema nervioso central, y como tal experimentan hambre, frío, sueño y, especialmente, dolor. Las personas que tenemos animales de compañía, los cuidamos como un miembro más de nuestra familia y hacemos sacrificios por ellos que seguramente no haríamos por un vecino o un familiar lejano. Es la cercanía y el contacto permanente los que los hace importantes para nosotros, los que no lo entienden no tienen porque volverse automáticamente nuestros enemigos.

Si no hay motivo de drama, algunos animalistas suelen inventarlo para tener de que quejarse. Que se les acusa, que se les deprecia, que no se les tiene en cuenta o que se les mira feo. Arman un alboroto en todos sus círculos virtuales y reales ante la menor situación, con el fin de llamar la atención y poder exhibirse de nuevo. Considero que quien es coherente con sus elecciones, las asume con tranquilidad y amor. Puede ser que el desengaño aparezca con más frecuencia de la deseada en este mundo de los animalistas pero no por ello hay que fungir de víctima permanentemente.

La intolerancia con los neófitos

Los amateurs, los principiantes, los neófitos, los que no conocen bien el mundo de los animalistas, están supeditados a cometer errores y hacer afirmaciones, que dentro del contexto, pueden sonar indolentes o descabelladas. Considero que no hay una mala intención en ellos, al menos en la mayoría. Y esta es una de las principales contradicciones de algunos animalistas: la falta de pedagogía y tolerancia con los demás.

Queremos que los otros aprendan a querer a los animales pero se les recibe con tres piedras en la mano cuando intentan acercarse. Es como si creyéramos que los demás debieron nacer aprendidos. Si usted es un neófito y llama a solicitar una adopción a una fundación y de casualidad, deja entrever su preferencia por alguna raza u osa sugerir que se le reciba ualgún animal que encontró en la calle como hogar de paso ¡pobre de usted! Hubiera sido mejor que pasara indiferente ante la cruel realidad de los animales pues posiblemente recibirá su sermón, juicio y condena animalista.

Equiparar dolor con sufrimiento

Es como equiparar la metacognición con la cognición. Me explico, la metacognición es la capacidad de autoreconocerse y pensarse, pero no es un invento nuestro, es fruto de millones de años de evolución de la madre naturaleza. Es ésta la que nos permite imaginar, planear y regular nuestro comportamiento, pero también es la que nos permite sufrir lo indecible, dándole vueltas a un problema o a un acontecimiento del pasado o del futuro. Los animales cuentan con esta capacidad pero más limitada, lo que hace que podamos hablar de dolor pero no necesariamente de sufrimiento, ya que este se refiere a la autoconciencia del dolor.

Seguramente cuando se habla de sufrimiento animal, este término no se usa técnicamente y hace referencia más bien a la capacidad de experimentar dolor emocional y éste es claro que existe en muchos animales, especialmente los mamíferos. No es poco el dolor que siente, por ejemplo, el toro de lidia, a pesar de que se muestra valiente en la arena. Las banderillas, la puya y la indolente estocada final son una terrible agonía para el animal, que se convierte en el protagonista involuntario de una celebración en la que el dolor y la muerte están de por medio. Pero el sufrimiento humano, es otra cosa.

Matar por piedad, matar por crueldad

Este puede ser uno de los temas más espinosos. Después de pertenecer un tiempo a determinada comunidad, solemos comenzar a sentirnos con derechos especiales sobre el resto de los mortales. No lo digo sólo por los animalistas, bástenos con ver los magistrados, el propio presidente de la Corte Suprema de Justicia, tratando de hacer valer sus influencias para que a sus hijos no se les aplique la ley. Lo mismo suele suceder con algunos sacerdotes que se consideran por encima del bien y del mal a pesar de sus pesados juicios con los demás. Pues bien, algunos animalistas también lo hacen y matan a sus animales por problemas de conducta o enfermedad, pero si lo hace una persona no animalista se le reclama por no haber tenido suficiente paciencia o haber intentado otros caminos.

El consumo de carne

Creo que esta es una de mis principales contradicciones. Me declaro animalista pero como carne ¿No soy animalista entonces? Tal vez. De hecho un amigo me lo recuerda cada vez que señalo el menú para pedir alguna proteína de origen animal, mientras él, con la frente en alto, no deja de comentar sobre lo avanzado de su alma, por no consumir clase alguna de músculo. La verdad es que he tratado de dejar las carnes pero al final del día me encuentro con una sensación de vacío en el estómago que me supera. Eso sin contar con la pereza que me da cocinar para mi sólo, que vivo únicamente con mis perros.

No sé si la contradicción consista en comer carne o en comer carne que patrocine el maltrato animal. Finalmente, todos los animales mueren sacrificados en la cadena alimenticia. Es cierto que nuestro nivel de conciencia nos compromete moralmente con otro tipo de comportamientos que van más allá del instinto, pero no sé si sea una exageración. El cerebro que tenemos evolucionó gracias a que somos omnívoros y pudimos consumir alimentos con gran cantidad de energía para poder dedicar el tiempo a otras actividades distintas a la alimentación ¿Hoy es otro el escenario y podemos pensar en consumir menos carne? Posiblemente.

El compromiso comienza con la humanidad

El conocido primatólogo belga Frans De Waal afirma que lo que consideramos bueno y malo tiene su origen en la animalidad pero nuestro compromiso principal en términos prácticos y morales está con nuestra familia y nuestros congéneres. Algunos animalistas han olvidado ésto y han decidido inventar mundos de fantasía y acumulación de animales, cercanos al Síndrome de Diógenes, mientras que los demás humanos son unos pobres ignorantes que no entienden su «nivel evolutivo de conciencia». La verdad me parece lamentable que se construya un discurso de conciencia y amor a los animales a partir del odio y el desprecio hacia los animales humanos.

«Lola, Tina y Paco son excelentes vecinos»: Julio Pinilla


Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Mejor que la palabrería, son los testimonios. Recientemente y debido a nuestra denuncia sobre la condición en la que se encontraba Yoko o la vida de un perro amarrado a un cable, y nuestra carta al inspector de Santa Elena para que estuviera al tanto de este tema y le dejé copia personalmente al sujeto sujetante de Yoko, Juan José Hincapié Gallego. Este al enterarse vociferó, busco apoyo de los medios locales a escondidas y envío otra carta al inspector, suponemos redactada por el amigo abogado que le lleva otro pleito contra su primo materno y habitante del sector, pues no encuentro otro motivo para entender la rasa ignorancia que demuestra en datos, fechas y nombres, mientras afirma que el problema son mis perros.

Lola, Tina, Paco y yo, vivimos hace poco más de un año en una pequeña finca en la que tenemos al frente a los propietarios de Yoko y al lado a Julio Pinilla, nuestro querido vecino amante de los gatos y que adoptó por un tiempo a La Gorda Bella. El resto son cultivos de papa y flores. No soy dueño de Cánelot, no Camelot como dice el sujeto sujetante, mi perra pequeña no se llama Violeta sino Valentina, no tengo influencias políticas pues de otro modo no habría denunciado por los canales oficiales y no le hubieran dejado el perro bajo supervisión luego de la visita de la Inspección Ambiental y por último, mis perros no hacen daños como lo afirma este video del único vecino que tenemos, diferente al hogar del sujeto Hincapié Gallego.

El domingo pasado Julio perdió a Iris, la gata que le quedaba. Vaca, su otra gata, había muerto el año pasado en confusos hechos. «Yo a Iris la recogí en Castilla y la tenía hace cuatro años» nos cuenta Julio con un nudo en la garganta. «Antier que llegué la encontré muerta». Al parecer ingirió de las trampas con veneno que coloca un vecino del sector, familiar del vecino de enfrente, para matar las zarigüeyas y demás animales campestres que se acercan a sus cultivos. Este veneno ya había tenido a punto de cruzar la línea entre la vida y la muerte a La Gorda Bella pero salió airosa con su paso de Bulldog: lento y seguro.

En este video Julio nos cuenta su relación de convivencia con la manada que conformamos mis perros y yo, sobre la que afirma «Yo vivo aquí hace dos años y medio. Conozco a Lola, Paco y Tina. Son perros muy dóciles, no hacen daños, son supremamente cariñosos».  De hecho, con ellos sucede algo maravilloso, a pesar de no haber vivido conmigo en su infancia, ya que son adoptados (incluso con Tina que tiene menos de 5 meses), han aprendido a esperarme solos en la finca sin tener que estar amarrados como Yoko.

En una reciente entrevista con Eduardo Punset, la experta en comportamiento animal Marian Stamp-Dawkins afirma sobre el bienestar animal: «Debemos tener en cuenta de algún modo no solo lo que hace que estén sanos, sino lo que quieren. ¿Quieren tener más espacio, quieren estar juntos, quieren estar separados, qué tipo de alimento prefieren? También debemos entender este tipo de cosas». Y más teniendo en cuenta la brevedad de la vida de un perro. Como dice Julio Pinilla al final: «la vida es prestada».

Yoko o la vida de un perro amarrado a un cable

Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Es cierto, no soy objetivo con Yoko (tiene el nombre de la esposa de Lennon pero es macho y lo escriben como Yocko). Es mi vecino y lo quiero. Me produce tristeza verlo amarrado a un cable todos los días, de día y de noche, mientras duerme en una casita abierta en el gélido clima de Santa Elena, que en las noches alcanza temperaturas cercanas a los 4°C. Como dice Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, nos hacemos responsables de aquello que domesticamos pero en este caso es más este hermoso labrador chocolate el que nos ha domesticado a nosotros; a mi manada conformada por tres hermosos canes y un poco agraciado Homo sapiens.

Lo conocimos hace poco más de un año. Lola y Paco, mis perros, se acercaban a él con curiosidad. Su ternura fue terapéutica para que Paco, que había padecido el mismo suplicio de vivir amarrado, como lo revela una cicatriz en su cuello, se relacionase mejor con otros perros machos. Yoko nunca intentó morder a Paco cuando se le subía en señal de dominancia, ni a Lola que siempre procuraba controlar todos los movimientos de la manada como hembra Alfa que es. Nadie puede moverse sin su autorización.

Yoko sufre con frecuencia de traqueitis, según diagnóstico médico, debido al collar de cuello y al frío de la zona. Adicionalmente mantiene la piel reseca y una alergia permanente que lo obliga a rascarse cada cinco minutos. Hablé con sus amos para que cambiaran su collar por un arnés y mirar si era posible dejarlo dormir dentro de la casa. Así fue hasta que tuvieron un bebé que desarrolló una alergia la cual fue achacada por descarte a nuestro amigo color chocolate. De modo que Yoko debió regresar al cielo abierto de la noche elena.

Sus amos son Juan José y Marcela, primos casados que viven al frente de mi finca. Juan José es un joven con un cargo ejecutivo medio en la Cámara de Comercio del Aburrá Sur. Lo suficientemente medio para tener que salir a trabajar muy temprano en las mañanas y regresar ya entrada la noche, Marcela viaja con él todos los días a ganarse la vida en el departamento contable de una conocida promotora famiempresarial. Así que Yoko se queda solo todo el día a la espera del regreso de ellos. Solo lo sueltan 5 minutos en la mañana y en las noches para que vaya a hacer sus necesidades fisiológicas y luego lo llaman con un silbato.

Les pregunté por qué lo mantenían amarrado y me contaron que se volaba al parque de Santa Elena a pedir comida en los restaurantes. Con mis iniciales conocimientos de etología les recomendé que lo castraran y me ofrecí para sacarlo a pasear con mis perros y darle comida a otras horas menos extremas para procurar que se mantuviera en el mismo sitio. Marcela asintió agradecida pero dijo que a Juan no le gustaba la idea de castrar el perro. Finalmente lo castrarían por el escozor que le producía a Juan verlo subírsele a otros machos.

Abrimos de inmediato un nuevo espacio para Yoko en la manada, saliendo a pasear con él y dándole de la comida de mis perros, ya que después de algunos días de alimentarlo con la comida que dejaban Juan y Marcela, donde la misma Marcela nos indicó, Juan decidió guardarla. Supongo que creía que tomábamos de esa misma comida para Lola y Paco, alterando así sus estrechas finanzas para pagar un nuevo carro. Sin embargo el plan comenzó a funcionar y Yoko disminuyó sus visitas al parque, donde en ocasiones los buses lo lastimaban por atravesarse en la vía.

¿Y dónde esta Yoko? Preguntaba yo a veces al no verlo amarrado. Marcela compungida me contaba que Juan había decidido castigarlo, lo que sucede aún con frecuencia, dejándolo encerrado en una habitación de la casa. Le expliqué que el perro no entendía ese tipo de condicionamiento pero al parecer mucho menos lo entiende Juan. Su formación de hombre de campo se sintoniza con la idea de que para ser hombre es menester ser autoritario, alzar la voz, poner cara tozuda y demostrar que genera subordinación. En este caso con Yoko, que solo puede agachar la cabeza y mover la cola, y su esposa Marcela que abnegadamente respeta sus decisiones.

Esta semana mientras trabajaba en la tarde en mi finca, en la fabulosa compañía de Lola, Tina (una nueva integrante made in Boyacá), Paco, Rocky (una hermosa mezcla de Pastor Alemán y Rottweiler) y por supuesto Yoko, me sobresaltaron los gritos de Juan llamando por teléfono a preguntar quién había soltado su perro. Salí de inmediato y le dije que era yo el responsable. Me increpó diciendo que no volviera a tocar su perro y que dejara de tomarme atribuciones que no me correspondían. Le recordé que había sido Marcela la que nos había autorizado y que ella también era dueña. Supongo que poco le importó. Fue y amarró de nuevo a Yoko que debió pasar de nuevo la noche en compañía de la lluvia.

Ya puse la denuncia ante las autoridades competentes, y aunque no tengo mucha esperanza de que las cosas cambien, por algo se empieza. ¿Que por qué no vamos a rescatar a otros perros que están peor y dejamos de ser metidos? Me increpa la mamá de Juan desde la casa mientras me amenaza con que no puedo volver a pisar la finca de su hijo para darle galletas al perro. Y la verdad es que sí rescatamos a otros perros y gatos en peores situaciones gracias al amor de la Fundación Cánelot y mi amiga Mónika Cuartas, pero en el caso de Yoko no soy objetivo, y no pretendo serlo, es cierto. Ver galería de fotos en Facebook

Junior: cuando el amor y la paciencia pueden salvar a un perro


Por. Carlos Andrés Naranjo-Sierra
«Ese perro es como un león», le dijo el trabajador del albergue a Mónika. Llegó con una gruesa cadena amarrada por un candado y había que tirarle la comida. Su breve historia es esta: Junior vivía con una familia en el municipio antioqueño de La Ceja, y un día después de que uno de los sus amos lo golpeara, el can le arrancó la pantorrilla de la pierna derecha de un mordisco. La policía se lo llevó para el albergue municipal y hasta allí fue a buscarlo de nuevo su victimario.

El señor pidió que el perro fuera sacrificado y ante la negativa del albergue, amenazó con envenenar a todos los perros. La administradora del olvidado albergue de La Ceja localizó a Mónika Cuartas, directora de la Fundación Cánelot, y le pidió que lo recibiera para evitar más conflictos y poner en riesgo a los demás perros, y pesar de que Cánelot no acostumbra recibir perros adicionales, en este caso la excepción primó y fue recibido.

No ha sido fácil y hoy, después de casi dos años, ya recibe a algunos humanos y a algunos congéneres en su perrera. El perro se deja acariciar y ya se le puede dar la comida como a los demás canelotienses. Algo de su agresividad posiblemente le viene de nacimiento, y otra parte seguramente de su ambiente, pero lo que es un hecho es que la paciencia y el amor con Junior son la muestra de que, algunas veces, la muerte no es la única solución.